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28/6/10

EN MEMORIA DE QUITO

El inesperado zarpazo de la Nada nos arrancó un trozo, dejándonos perplejos. Volvió y volverá a hacerlo una y otra vez, recordándonos que Ella no acecha allá lejos, después de la vejez, como nos gusta creer. Atinamos a balbucear entre nosotros, los aún sobrevivientes, que fue salvaje, innecesario, injusto el ataque, hasta que volvemos a aprender que la Nada no tiene moral, no tiene sentido de justicia, que justamente ella es la Nada.

Quito, como todos los seres humanos, era único. Era un mundo que giraba alrededor de dos Soles, sus hijos. Un mundo lleno de proyectos, emprendimientos, llenos de Voluntad. La escribo con mayúscula porque creo que hay algo de sabiduría en quién ejerce la Voluntad, a pesar de todo, en contra de todo. La Voluntad de Sísifo, el que describe Camus, que vuelve incesantemente al pie de la montaña a levantar la roca hasta la cima, sabiendo que volverá a caer. “Comprendí que venimos al mundo para perderlo todo”, nos dice Isabel Allende junto a la cama donde Paula, su hija, agoniza.

Y sin embargo, la vida que nos tocó y hasta ahora no le encuentro otro sentido más real que vivirla. Sartre diría que somos una chispa entre dos Nadas, la que nos antecede y la que nos sucede. Solo está en nuestras manos cómo combustionar, cómo arder.

Quito era un hombre de trabajo, ponía su cuerpo fuerte y generoso en toda empresa que considerara buena, ponía su Voluntad aún sabiendo que era imposible que la empresa triunfe. Pero con la convicción de quién elige cómo arder, de que esa llama era él en toda su libertad, en todo su esplendor, en toda su singularidad. Quito ardió bondadoso, honesto, ético, querible, amable. Estaba presente para cualquiera que lo necesitara.

Era también nuestro compañero político, de los más viejos militantes. Era frontal, salvaje en su vitalidad, viril, ya sea para el amor o la guerra. Llamaba a las cosas por su nombre, un traidor solo puede ser un traidor. Discutidor, calentón, siempre ideológico, cuando levantábamos la reunión, todos sabíamos que Quito era uno de los que pondría el cuerpo por aquello a lo que entre todos habíamos arribado. Quito era una de las poquísimas personas con las cuales hubiese ido a una guerra. Entiéndase, uno no va con cualquiera. Al menos si quiere vivir o ganar o tratar de hacerle sentir al enemigo que uno existe, que arde, que no es un fósforo húmedo.

Quito festejaba que el Todo hubiese incluido a la Mujer. También festejaba la amistad, el vino compartido, el antiguo ritual de quemar carne entre los suyos. Se entregaba al banquete cada vez que lo tenía a tiro. Era biófilo. Lo vi con su mujer, en los últimos meses, bebiendo y brindando todos los vinos de la alacena, por las dudas.

¿Qué nos queda? Más tarde o más temprano, una generación entera nos iremos con Quito. Y como reflexionó Borges, visto en el tiempo, a tan solo un par de siglos, será indistinto quién dejó de caminar primero las calles de Venado, si Quito, yo, o el lector de estas líneas.

Sabemos, sus amigos, sus camaradas, sus compañeros, cómo pensaba Quito. No porque adivinemos, sino porque lo escuchamos más de una vez, cuando la Nada parecía lejana, acobardada por las risas y el choque de las copas: “Si muero primero, reúnanse a comer un asado, descorchen el mejor vino que puedan y brinden a mi memoria”.

Con lo cual, amigos, amigas, a todos los que conozco y a los que no conozco pero también les dolió su partida, estas noches levantaré mi copa y brindaré invisiblemente con muchos de ustedes. Brindaremos por Quito, agradeciéndole al Todo habernos permitido que formase parte de nuestras vidas, que nos bendijera con la calidez de su llama.

Fabian Vernetti

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