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28/12/09

Perdón, Elvira, y gracias por la Plazoleta Ramón Carrillo

A fines de noviembre estuve en la inauguración de la Plazoleta Ramón Carrillo, en el barrio Ciudad Nueva. Más allá del hecho auspicioso que significaba la obra para el barrio, no podía dejar de ir por Teresita Elvira Lucero de Schneider, “Elvira” para tanta gente.

Es por iniciativa de ella, allá por junio del 2002, que entró el primer pedido al Concejo Municipal para que en ese lugar del barrio se creara una plaza. Firmas de vecinos e instituciones acompañaban, argumentaban y perseguían la concreción de un sueño más grande que la Plazoleta que se construyó finalmente siete años después.
Y fue Elvira la que insistió, año tras año, en el espacio abierto entre el sueño y su concreción, con notas, expedientes, y también personalmente, en cuanta oportunidad tuvo de hablar con funcionarios municipales. Viví su felicidad cuando en el Concejo aprobamos los canjes de terrenos necesarios para crear la Plaza y el futuro Centro de Atención Primaria.
Por eso no me hubiese perdonado faltar a la inauguración de ese pequeño espacio por el que tanto luchó.
Elvira es así: no se rinde. Un espíritu gigante la moviliza a trabajar por los demás, y su figura refulge entre tanta gente que sólo se motiva por el bien propio.
Elvira pertenece a una familia humilde, qué duda cabe. Vive en un barrio FONAVI desde que se creó, hace más de 20 años. Desde entonces lucha por defender los derechos de todos los habitantes de FONAVIs de la ciudad, y claro que me sorprendí cuando en la Dirección Provincial de Vivienda y Urbanismo el personal de planta la trataba con el cariño que sólo puede ser construido durante una relación de años. Años acudiendo a ellos, gestionando soluciones, defendiendo al vecino. Fue a ella a quién el entonces candidato a gobernador Hermes Binner, culminando un recorrido por la ciudad en su barrio, le explicitó la promesa de la Ley de Escrituración de FONAVIs.
En su casa hay escritos de Jesús y fotos de Evita. Es militante religiosa y política. Hace de su fervor religioso y sus convicciones políticas una doctrina que se sintetiza quizás en el Cristianismo más genuino, aquel que distribuía entre los pobres, los débiles, los desvalidos.
La gente acude a su casa como si fuera el Estado. Si el Estado tuviera la capacidad de avergonzarse, sin dudas se ruborizaría ante la capacidad de respuesta que Elvira tiene aún sin recursos.
Elvira lee, analiza y conoce sobre temas que a menudo no conocen los funcionarios de las áreas correspondientes. Elvira gestiona, asesora, defiende, solicita, protesta, invoca artículos de la Constitución, habla en nombre de Movimientos Sociales, recurre a Ordenanzas y Leyes provinciales para detener un desalojo, defender una familia con niños que usurpó un lote fiscal, pedir comida o un remedio para quien lo necesite, exigirle a la policía protección al más débil. Elvira le informa a la gente de sus derechos a bienes sociales básicos como la salud, la educación y la vivienda, de los diversos programas a los que puede acceder, les tramita pensiones y jubilaciones, los documenta, los inscribe en escuelas. Elvira fotocopia, elabora carpetas, abre expedientes, toma nota.
Elvira forma parte de la construcción edilicia y espiritual de la iglesia “Altar de Adoración”, que también tiene su radio FM, un comedor y espacio de contención para jóvenes.
Elvira no habla de la inseguridad: trabaja diariamente en la contención de los que menos tienen, en generar una posibilidad de salida colectiva, en que las tensiones se canalicen de manera no violenta, en formas democráticas.
Elvira además reparte sus fuerzas en trabajar para subsistir, atender a su extensa familia (crió 6 hijos propios y 15 adoptados) y estudiar por las noches (a los 56 años está terminado el secundario y sueña con estudiar abogacía para defender a los débiles). Elvira pedalea incesantemente la ciudad con el aire familiar de Pocho Lepratti. Es nuestro Ángel de la Bicicleta.
Siempre hay niños alrededor de Elvira, le merodean como abejas en un jardín florido. Cuando estaban instalando los juegos en la Plazoleta, me llamó emocionada para compartir la imagen de los niños del barrio que se alineaban en los costados, como pajaritos en un cable, esperando el momento de precipitarse al festín.
No dudo que la plaza es consecuencia del accionar de Elvira. Así lo indica la historia, los hechos. Por eso esperé, e íntimamente hice fuerzas para que en su discurso de inauguración el intendente, o el locutor, o alguien de protocolo la incluyera entre los agradecimientos. No sucedió. Los reconocimientos fueron hacia otros lados, la mayoría teñidos de tinte político partidario. Y no corresponde aquí el “perdónalos Señor, no saben lo que hacen”. Saben perfectamente lo que hacen, y en este caso, innecesariamente. Negarse a un acto de justicia por motivaciones tan mezquinas. Como si peligrara algo de todo su establishment por decir la verdad.
Por eso estas líneas. Para redimir una injusticia grande con un pequeñísimo gesto. Para pedirte perdón, Elvira.

Fabián Vernetti

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